Prefiero el silencio mudo y el confort mismo


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En este tiempo de chanclas, de sal y cloro, de arena ardiente y refrescante cesped, todo se diluye y mimetiza. Desaparecen las fronteras de lo distinto y se igualan las diferencias.

Debe ser la insoportable influencia de este levante chipionero porque, de otro modo, ¿a qué me viene a la cabeza pensar por qué, también en las hermandades, la mayoría se afana en seguir defendiendo lo políticamente correcto frente a la políticamente mejor? ¿Apariencia frente a sinceridad? Ante lo evidente bocas mutis; ante la verdad cabezas giradas; ante lo irrefutable oídos sordos.

Este mal demasiado extendido devora a todos por igual. Tanto al cofrade «Santa Bárbara», que se acuerda solo de su hermandad en las vísperas, como el cofrade «Guadiana», que aparece y desaparece según su conveniencia. Pero estos cofrades de temporada no son preocupantes.

Por otro lado está el cofrade «horas extras», que solo se dedica a trabajar y trabajar en lo que haga falta, y el cofrade «cuchillo sin afilar», porque ni pincha ni corta. Son los «ni fu ni fa» de las hermandades. A los «pezqueñines» hay que dejarlos que maduren. Usted me entiende.

El cofrade «jauría» es el más común. Grupo numerosísimo que se quedan a medias en casi todo, pendientes de la última novedad para consumir y tirar. Enganchados a las redes sociales para comparar y copiar. Están de moda, están en todos lados, pero solo están, no son. Son más vulnerables que un puñado de pelusas en Tarifa.

Sí empieza a ser preocupante el cofrade «jamuga». Cómodo, relativista, dispersa sospechas y quema los rastrojos peligrosos. Prefiere para comer «La Parra» a «La Viña». Trabaja lo justo pero opina lo máximo. Se sienta en las bancas traseras de la parroquia. Calcula y recula. Hacen menos que un gato de chalet.

Y por último, y para mi motivo de preocupación, está el cofrade «Hamlet» de Shakespeare, porque quiere «ser o ser, esa es la cuestión». Sus acciones incluyen alevosía; es consumidor de artículos para miopes de tanto mirarse a su propio ombligo; ama las varas y los micrófonos de Canal 12; se exhibe en las procesiones a modo de pasarela Cibeles; promueve el fantocheo de cirio y costal; se alimenta de bibis de alabanza y su restaurante preferido es «La mafia se sienta a la mesa»… de cabildos.

En el fondo, absolutamente todos harán lo mismo, lo tengo más que comprobado. Tras leer este artículo nadie se verá reflejado a si mismo en ninguna de las tipologías, pero sí verá a sus vecinos en alguno; nadie entenderá el verdadero mensaje de estas palabras y se limitarán a quedarse en lo anecdótico y en intentar descifrar quien se esconde tras el apellido Frade, como si eso fuese trascendental; todos se refugiarán en un silencio mudo y en el confort mismo, que es lo que realmente quieren, vivir dentro de su propia burbuja de cristal, que nadie los critique y que todos lo alaben. Así nos luce el pelo.

Francisco Frade


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