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La romería que se viene celebrando en torno a la Virgen del Rocío desde hace muchísimo tiempo ofrece al devoto innumerables bienes espirituales que no dejan lugar a la duda. La Stma. Virgen como centro de una devoción y tradición llena de adornos propios de nuestra tierra andaluza que la hacen única e inigualable. Cientos de miles de peregrinos lo corroboran cada año.
Pero como cristianos católicos que somos y decimos ser, no debemos perder el norte de nuestra brújula interior porque, de lo contrario, nos exponemos a convertir todo esto en un mero espectáculo en el que participamos casi exclusivamente para estimular todos nuestros sentidos y poco más.
A la Madre de Dios también se le puede alabar en silencio, con una oración íntima y callada, y no solamente con una variedad de «vivas» que en algunas ocasiones parece una competición para ver quien grita más alto.
A la Virgen también podemos agradecerle su protección visitando cada jueves en la parroquia la Exposición de su Hijo, el pastorcillo divino en su presencia real como Jesús Sacramentado.
A la Blanca Paloma también se le puede rendir pleitesía participando cada domingo en la Santa Misa tomando «otro pan y otro vino» con más sustancia que el que comemos y bebemos en el camino.
Sí a la romería, sí al cante y al baile, sí a los caballos y a los trajes, sí a todo eso, pero no a solo eso. Porque El Viso, propenso a girar según la dirección a la que sople el viento, hoy clama como S. Juan Pablo II «QUE TODO EL MUNDO SEA ROCIERO». Dentro de nada, cuando el olor a nardos inunde nuestros corazones, pasará a decir «QUE TODO EL MUNDO SEA PATRONERO». Por favor, seamos serios y consecuentes con nuestras creencias y no alimentemos y demos razón a los que defienden la frase de «QUE TODO EL MUNDO SEA NOVELERO».
Francisco Frade
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