Es, a buen seguro, la mirada de la que más se ha hablado en El Viso. Le cantaron pregoneros, le rezaron místicos, le suplicaron madres, le invocaron sacerdotes… ¿Cuántos no vieron refugio a sus penurias en esa mirada?, ¿cuántos no sintieron el suave tacto del consuelo al contemplar esas pupilas perdidas hacia la eternidad?, ¿cuántos no sintieron el escalofrío que culebrea por el cuerpo desde el relámpago de esos ojos?, ¿cuántos no se extasiaron al indagar en las nacaradas cuencas que encierran la mirada de las miradas?, Cuántos, cuántos…
¿A dónde mira la Virgen de los Dolores? ¿Es solo al cielo que resignado y sombrío asiste al pasmo de su angustia al pie de la cruz?, ¿es quizá al mundo que no quiere oír la Palabra del que solo sabe de Amor? ¿Es al pueblo que la quiere y la venera, el que le reza y le deja flores como quien deja un jirón de su propia vida?, ¿o es a aquellos otros hijos suyos que la ignoran o desprecian, que la zahieren con un puñal, otro puñal, clavado en la diana de su corazón? ¿Mira la Virgen a Belén o al Calvario?, ¿al cardo o a la azucena? ¿A dónde mira la Virgen de los Dolores? Tantas cuitas, tantos desvelos… Y una sola certeza: adonde Ella mire, miraré yo.
Juan Guillermo Bonilla Jiménez